sábado, 17 de noviembre de 2012

María y el beso

-Dale tiempo al tiempo, María. Dale tiempo al tiempo.
No puede darle tiempo al tiempo. ¿De dónde lo iba a sacar? Tiene las manos vacías, de vida, de luz, de oxígeno por respirar.
En su mejilla derecha descansan las marcas de un bofetón que ahora mismo se proyecta inolvidable en la memoria de ayer. En la izquierda no hay rastro alguno, pero en los labios lleva la huella de un beso.
Ella lo echa de menos, como las calles ruinosas a las pisadas vívidas, como la vena seca a la sangre que solía bombear. Sin embargo, parece que es la única que lo extraña a su lado; ese beso, ya desafortunadamente un recuerdo, lo tienen bien presente todos los demás. Y ni siquiera lo han probado.
Pero está claro que piensan que les pertenece. Por cómo lo diseccionan, cruelmente, la b por un lado y la o por el otro. Pomposo fruncir de labios encadenado y esposado, una camisa de fuerza aprisionando el público unir de bocas.
Por cómo hablan de él en las esquinas, y los más osados, en su cara también. Por cómo difuminan su esencia del corazón de María al mirarla de reojo, y acentúan la sensación de pérdida que aquel beso le robó por un instante.
Porqué los instantes no son eternos, y porqué las bofetadas sí, son preguntas sin respuesta que el corazón de María no cesa de formular.
Dicen que el cambio, la evolución, el descubrimiento son etapas de la vida que en la adolescencia se estiran como chicles temerosos de despegarse de la suela de ese zapato perfecto. Sin embargo, María ha subido cada escalón a la velocidad de un cohete a la Luna; ha pasado por la culpa, por la auto compasión, por la despreocupación y por el enamoramiento en apenas tres días.
Estos cuatro sentimientos se han mezclado en su mirada, pues allí se instalaron tras nacer en el baile de lenguas que hará poco dominaron la antesala tras sus incisivos prominentes. En un segundo o en otro, de la media hora a los tres cuartos, a María la recorrían disculpas mudas por hacer lo que no debe. Lágrimas gordas que escondería entre paquetes de Kleenex. Una risa fácil, aunque insegura, pintando vibrante el rótulo de 'Solo probamos' que trataba de instalarle a su alma. Y derruyendo todo intento de quitarle hierro al asunto, de poner faldas con pantalones de nuevo, el indómito palpitar de su corazón al recordar por un instante (nunca eterno); aquel beso.
Sin embargo, me repite machacona María tras participar inevitablemente en el carnicero degüello de su sonado beso, no se trata de lo que sintiera o lo que dejase de sentir. Es imposible hallar respuesta a semejante cuestión, trascendental para trazar a sus besos venideros el camino correcto, mientras no haya reposado en el ambiente este primero tan especial. Mientras no triunfe el olvido y pierda el cotilleo, y un día sea María la única dueña del que, aunque no se note, es solo SU beso.
Así que habrá que concentrarse en desmentirlo todo. En airear falsas certezas y, si alguien insiste en visionar aquella noche el fundido entre dos labios, desmembrar su seguridad a base de nuevos besos. Políticamente correctos, esta vez.
Me gustaría decirle a María que se olvide de todo y de todos. Que la bofetada de su tía no es más que la personificación física de los rumores hirientes, y por tanto, fácil de ignorar también. Que se concentre en el cóctel emocional que ha despertado entre sus dientes. Que descubra, por favor, si fue cosa de una noche y de probar o si ese juego pícaro ha devenido en una historia digna de buscarle un final. Feliz.
Pero sé, en el fondo lo sé, que tiene razón y que lo mejor que podemos hacer es preocuparnos de la reputación. De que su tía respire tranquila cuando el domingo, en misa, con palabras divinas y coros aniñados defiendan a capa y espada el verdadero amor (entre nene y nena, no lo dudes. Porqué Dios sí puede besar a sus hijos, con o de la buena, es otra pregunta sin respuesta).
Y a pesar de que le voy a hacer caso, de que no nombraré ya más ese beso que levanta tantas sospechas e inspira pareados (mordaces)... yo soy de las que jurarían, con la mano en el pecho, que mi amiga lleva en el corazón un amor por el brillo de labios.
PD: o, mejor dicho, por su sabor.