martes, 6 de agosto de 2013

Girls just wanna have fun



Luces. Música. Vasos llenos de refresco o alcohol, ni siquiera importa el contenido. Una pista de baile que se despliega ante los ojos de todas esas personas que han decidido quemar ahí toda una noche de verano, o animar quizás la madrugada invernal.

Y chicas.

Algunas llevan vestidos tan ceñidos que se confunden con una segunda piel y otras pasan de emperifollarse tanto. Hay chicas que se han comprometido seriamente a aguantar toda la noche sobre las agujas de sus tacones de infarto, pero también quienes vuelan ligeras sobre sus sandalias planas. Máscaras de maquillaje o un poco de pintalabios para darle vida a la sonrisa, pestañas que se despliegan unos centímetros más allá de lo corriente y mejillas sonrosadas ya más por el calor de la masa humana que por el colorete aplicado horas antes con el mimo de una profesional.
Las primeras horas de la fiesta siguen las normas de la etiqueta más casual y hay codazos, pares de besos regalados a alguna que otra conocida. Pero entonces llega una canción especial.
Puede ser uno de esos ritmos latinos o el mayor éxito de Grease, el caso es que todas se saben parte del estribillo y la han bailado mil veces antes. Las notas que disparan los altavoces del DJ, desde luego, no les son desconocidas.

Y entonces, de repente, algo cambia. Las parejas de amigas íntimas y los corrillos de bailarinas tímidas se funden durante unos minutos porque, por un momento, nada más importa que la música que las vuelve locas hasta bailar como un solo ser. Son algo más que chicas.
Míralas. Probablemente cada una tenga sus problemas, y casi seguro que hay alguna imbécil que nunca se habría dignado a hablar con otra más sencilla. Y sin embargo, en ese momento todas se sacan los zapatos y sacuden la melena y solo son chicas idénticas y felices que bailan hasta olvidar que incluso la noche más fantástica acaba por tener fin.
Puedes verlas agarrarse de los brazos de las otras, levantar las piernas en el aire y sacar lo mejor de sí mismas. Es la certeza de que nadie las mira pero todos son conscientes de que están ahí, de que cuentan todas lo mismo aunque solo sea hasta que se extingan los últimos acordes del single más comercial, lo que les da alas para liberarse de la vergüenza y perder la cabeza por una noche.

Nunca van a ser más bellas que ahora que no les importa lo más mínimo la impresión que puedan causarnos. Nunca sus cuerpos son interminables como ahora, que nadie se acuerda de apartarse un mechón de cabello sudado de los ojos o asegurarse de que el vestido no deja ver más de lo que debería.
Mientras dure la música, son todas íntimas; aunque ninguna sepa nada de las demás, porque ni siquiera ellas mismas son conscientes de sus propios secretos. No son más que lo que siempre quisieron ser: chicas, despreocupadas y enloquecidas, viviendo al límite y formando parte de una multitud que no rechaza a nadie porque no hace falta pedir permiso para unirse a ese rompedor club de bellezas sin aspiraciones.
Si es que lo habían dudado alguna vez, ahora están profundamente convencidas y sin preguntárselo siquiera: vivir vale la pena. Vivir es esto, la vida son sus manos entrelazadas barriendo el aire iluminado por los focos de discoteca y esa seguridad en sí mismas que muchas jamás habían sentido.

Mañana, incluso horas más tarde, cuando ya se les haya pasado el efecto de la bebida o sencillamente hayan apagado los altavoces; no le darán ninguna importancia a todo lo que han vivido esta madrugada. Pero sabrán que cualquier otra noche, en cualquier otro sitio y con cualquiera de las compañías, solo necesitan música y algo de ambiente para poderlo revivir.


Porque, como cantaba Cindy Lauper, al final del día girls just wanna have fun.



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